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Mostrando entradas de 2010

Por el camino de las Nivolas

Veintiún años queriendo concretar un argumento que, en principio, demandaba no más de un año. Decir veintiún años parece hiperbólico, pero la creación artística no es favor de musas inspiradoras, sino un esfuerzo matizado con manías, algunas veces descomunal, que como pensaba el jovencito de los versos que encontramos en la obra de Camilo José Cela: “O la obra mata al hombre o el hombre mata a la obra” ( La Colmena ). Difícil tarea la del escritor. Es el dios de mundos que se le escapan de las manos. Dios de personajes predeterminados que luego se rebelan y rompen los esquemas de la trama y entonces hay que perseguirlos, someterlos a la idea, pero ellos se burlan. A esta rebeldía Unamuno llamaba nivola y está muy bien representada en Niebla . Por eso mismo mi personaje, del que hablo ahora aquí y que lleva veintiún años queriendo esculpir su argumento, se dedica a redactar microcuentos y relatos en un blog (palabra impropia en la jerga poética; otros prefieren llamarla “bitácora”, aunq

Veinte céntimos

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          Nos siguen seduciendo los placeres artificiales entre ruidos de bocinas, multitud de luces en letreros, licores, mayonesas y maniquíes. Para muchos, quincena es ya fin de mes, tiempo en que empiezan a raspar los bolsillos, a estresarse, a regatear por el pasaje en el microbús, a contar los céntimos y a lamentarse y a soñar frente a un escaparate. Uno crece y crecen las necesidades. Recuerdo que cuando tenía seis años, e iba del colegio a casa en microbús, un día un pavor inmenso aceleró mi corazón al dejarme consternado: había perdido el pasaje: había perdido veinte céntimos. Cantidad insignificante en este tiempo y a mi edad. Si aún tendría seis años, trescientos soles sería para mí la vida sin preocupaciones. Pero no solo crecen las necesidades; también crecen las vanidades. Qué fácil sería la vida si aprendiera a vivir bien en lo poco, con las alegrías sencillas o las que no se compran, sin avergonzarme porque tengo una guitarra parchada con cinta adhesiva y que, a pesar d

Asignatura

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   Se llenó de rabia.   Se había esforzado mucho para cumplir con aquella asignatura. Tuvo que privarse largo tiempo de los amigos, le robó horas a su empleo, quemó pestañas, hasta creyó que sufriría alguna especie de parálisis facial después de tanto café. No era justo que jale el curso. No era justo que ese maestro infame despreciara burdamente la monografía de su alumna y en cambio le hiciera una insolente proposición para aprobarla.    “¡Jódase!”, le dijo ella luego de una pausa de sorpresa, de indignidad. Salió del salón tirando la puerta tras de sí.     En casa no habló con nadie. Se encerró en su habitación, cogió la almohada y la mojó con lágrimas de odio y repugnancia contra ese hombre que seguramente era todos los hombres, porque en el dolor y la ira todos somos culpables, porque si no somos todos, muchos somos farsas, caretas de amistad o madurez.      Ella estaba profundamente indignada. César Antonio

Modorra

Somnolienta víctima, te vas a desplomar; la sien como una torre sobre la mesa cae, como un pájaro herido sobre la mar. Ya de nada me sirven los anteojos manchados de oscuros párpados ¡Alistaos hologramas que vienen los bárbaros! César Antonio

El miedo

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Viene por mí rabioso sonando a viento furioso Viene por mí en su barca de muerte surcando el azul espectral Viene lo escucho lo oyen mis huesos, no aquietanse Truenos y relámpagos sacuden las calaminas Viene por mí                         Viene por mí Se extinguen las velas carcajea la negrura cae derrumbada la puerta... Vino por mí y tan solo se llevó mi coraje César Antonio

Enredado

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        Se había cuestionado qué significaba madre y quién de los dos era la madre. Sintió curiosidad por esos cuerpos que, tal como graficaban en un libro educativo, tenían bultos en los pechos llamados senos y una cavidad entre las piernas. Durante los baños en la tina con sus dos padres se percató que los tres tenían semejante miembro, no una cavidad; y pechos planos, no redondos. Cuando preguntó dónde está mamá, ambos respondieron que los dos eran mamá. ¿Y quién es papá? Ambos somos papá. César Antonio

Todo el mundo tiene su historia

Esa noche, en aquel bar al que llegamos de puro estar ambos con el melancólico y reprimido espíritu ávido de desquite, me ha tenido meditando largo tiempo. Eres ya casi toda una mujer, una tremenda amiga, suelta y divertida; pero también eres extraña: cuando taciturnas eres abismo. De pronto callaste, ensimismada como si en vez de licor hubieses libado cicuta. Tenías ganas de decirme algo, de llorar, de romperte en pedazos y de extinguirte. Su fantasma había vuelto por ti, ese ser repudiable asomó por tus ojos, lo vi. Bajaste la mirada, ocultaste el rostro y escuché tus lágrimas. Te acordaste de ese imbécil que siempre se hizo la santa oveja tan sólo para acostarse contigo. Es un idiota, un gran egoísta incapaz de amar y de pedir perdón ante una recriminación justa y de asumir su responsabilidad. Tú no tendrás una gran profesión como la de él, pero eres mucho más persona. No aparentas una bondad para aprovecharte de la confianza. Te ha dejado sola. Lo que tú has hecho para escapar de

El inepto

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          Es cierto, si somos ineptos en un cargo es mejor abandonarlo, aunque por un instante se quisiera ser autoritario para acallar las voces de los que en contra nuestra reclaman con ferocidad. Es así que algunas veces es mejor estar del lado ofendido, ese lado que se agiganta en su furor, que no comprende —o que se olvida— que todo ser humano es imperfecto, que bipolariza el conflicto y nos ubica en la posición del “malo”. Maquiavelo inculcaba el gobierno frío; no se puede lograr el contento absoluto de los gobernados, lo importante es mantener el poder. Al parecer, un adjetivo negado a la autoridad es la blandura, la molicie regentora que no quiere quedar mal con nadie. Sería fácil poner mano dura, someter al opositor, pues en su posición jamás aceptará pero ni la más mínima virtud y buena obra del que lleva el mando, se hará de oídos sordos, criticará y criticará hasta roer, hasta ponernos frente a un espejo para contemplarnos ineptos. Entonces empiezan los problemas, no se pu

Mme. Kollontay

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Alexandra Kollontay San Petersburgo, 1872 - Moscú, 1952         Pobre los varones que se han enamorado de mujeres que han considerado al amor como casi un  enemigo de las ideas de libertad femenina. Qué difícil es hacer ver a estas mujeres lo contrario, a las que para halagar hay que tener tino, pues no consentirán que un varón se apresure a abrirles una puerta o que le acomoden la silla en el restaurant o que paguen su entrada al teatro. Sentirán que las pensamos inútiles y que nuestra caballerosidad es una hipocresía, y la verdad es que si somos atentos con ellas es porque las adoramos, no las tratamos con delicadeza porque creemos que son el sexo débil, sino porque las cosas más valiosas se tratan con cuidado.         Por otra parte, no aman aunque estén enamoradas. Es paradójico. Conozco casos muy cercanos de mujeres que, con el dolor de su corazón, le dicen “No” al muchacho u hombre que encaja con ellas, pues alegan que es mejor estar sola y ser libre. Libre, ¿en qué

Malaventura

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             Lo he visto, en la noche, caminar por las veredas fuera de la Facultad con su terno negro, la chalina tirada hacia la espalda, y una mano llevando el maletín, la otra metida en el bolsillo derecho del pantalón. Iba sereno como si el frío blanco de julio no le atravesase, iba solo… siempre va solo. Ya casi cincuenta años y no ha sabido jamás de alguna dama a quien componerle algún soneto; tampoco sabe qué es abrazar a un niño que sea su niño. Creo que eso casi no le importa. Fue desde su juventud muy dedicado a la vida académica, fue comprometiéndose en investigaciones tras investigaciones, dado enteramente al estudio… Hubiera alcanzado el reconocimiento si no hubiese sido porque en algún momento cayó en la deshonestidad intelectual apropiándose de ideas que no eran suyas. Todo por culpa de las malas amistades, pero al final de cuentas, todo es su propia culpa. Ahora es un profesor lapidado por sus mismos colegas, a pesar que él ya se alejó de las malas amistades. Aún dict

El comprometido social

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        Generación del Centenario                  Ricardo Portocarrero, historiador de la PUCP, dijo, en una conferencia que dio en la academia ADUNI (1) , que para asumir un verdadero compromiso social hay que tener en cuenta tres aspectos: actitud crítica; indignación ante la injusticia; y, por último, ejercer un estudio serio y profundo de aquello a lo que prestamos interés.          La primera, actitud crítica, consiste en “no adecuarse” a los modos imperantes de realidad falsa manipulada por individuos con poder, tener cuidado con el falso optimismo y a aceptar las cosas sumisamente porque lo dice una autoridad por más académica y, mucho menos, política que fuese. Como ejemplo, en una charla a la que asistí, un psicólogo —no recuerdo el nombre—, doctor de setentaiún años, advertía que el gas es adquirido por las industrias a 57 céntimos, mientras que a nosotros nos la venden a 10 dólares. Esto lo contrasto con los elocuentes discursos de Presidente García cuando llama “retrógra

Onírica

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Una habitación rectangular de paredes blancas como en el Cielo. En el centro, una mesa larga con una banca en cada lado. Había también en un extremo de la habitación un amplio ventanal por donde nos inundábamos de luz. Yo me encontraba sentado en una banca, meditabundo, pensando en no recuerdo qué, con los codos sobre la mesa, con las manos entrelazadas; quizá estaba rezando. Frente al ventanal, sentada en una silla y mirando hacia la nada, una mujer. Los sueños son holísticos y evanescentes: estás en un lugar y luego en otro, sin saber cómo; conversas con tu amigo que se transfigura en tu padre sobre quien emerge tu amante y sigues en la misma conversación. De repente me hallé a un lado de la mujer. Encontrábase desnuda con el pecho apacible como el mar apacible. — ¿Piensas mucho en el tiempo? —preguntóme de pronto, sin mirarme. — Pienso mucho en ti —respondí. De cuclillas me puse frente a ella. Tomé sus manos sobre el regazo de sus suaves y blancos muslos. Me

Airado verbo

        Paul Guillén escribe un panegírico para Juan José Soto (Lima, 1965), poeta oscuro y extremadamente onírico —acaso surrealista—. He logrado comprender la forma o concepto general de Airado Verbo (2008), y algunos de sus versos que, a decir verdad, no necesitan mayor comprensión que la simple imaginación al pie de las palabras, tal como sucede en la siguiente figura: “manos descalzas” (se sugiere una incoherencia gustosa en este caso). Aunque lo que más agrada y retumba son los poemas de corte erótico, un tanto desesperados de deseo y que a la vez son una filosofía de la piel y sus lubricaciones. César Antonio XVII Nora Impetuoso latido del amanecer Que seduce la integridad de la noche Coges la raíz invicta del viento y sus formas Entre manos de malvas de luceros Agitas la quietud de los recodos Y la sangre imperturbable del guerrero Entre tus apetitosos y voraces muslos Sin embargo tu piel más honda e impenetrable Cede ante la grave voz de tus delirios Y te

Tiempo esquivo

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                  Estas últimas semanas soy mendigo del tiempo. Corro bajo una lluvia de quehaceres, responsabilidades y citas, y no vales respirar, no vale detenerse un momento para distraerse en juegos infantiles: se es ya un hombre. Felizmente ya comenzó el invierno para enfriar las carreras, ya que el sol extenúa inmisericorde a nuestras almas sudorosas. Ahora, mientras redacto esta banal reflexión, el gallo todavía canta, y a lo lejos los transportes arrancan ruidosamente sus motores llenos de flema mecánica y hacen sonar las bocinas desesperantes.           Tengo que vestirme —eso debería estar haciendo—, desayunar un bizcocho con cualquier bebida caliente —tibia en realidad, por el apuro— e ir a enfrentarme con la ciudad y su congestión, pasármela todo el día en la calle: en la universidad, en el trabajo, en el transporte público, en el restaurant, en el inodoro, en los paraderos… Apurado, pensando, no sobre qué hay que hacer, sino sobre qué hacer entre tantas cosas que hacer.

Encanto primoroso

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                        Es verdad que el viento acaricia. Hoy el sol fue blando con mi piel ya quemada ardorosamente —en especial los brazos y mi rostro—. Gracias al viento fresco de esta temprana tarde, mi epidermis se gozó untada del sabor del aire; encanto primoroso.           Hay una sola pileta en San Marcos que se ha encendido de agua para refrescar la vista. Chorrea hasta lo alto espuma blanca que cae con un estrépito melodioso. A un lado de la pileta yacen tres medianos árboles; al parecer son acacias. Están circundadas por unos bajitos muros anchos a donde yo voy casi de costumbre a sentarme para gustar de la sombra arbórea: allí el viento acaricia mi piel y alborota mi cabello. Las hormigas rodean en su disciplinada obra lo que para ellas son grandes murallas. Algunas se meten por dentro de mi pantalón y llegan las muy atrevidas hasta la entrepierna. Yo las presiono por sobre la ropa. Para que no me molesten más subo las piernas sobre el muro y las cruzo como Buda. Después

Viernes Santo

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Yo no fui el culpable. Cargué con el pecado ajeno, aún así, me crucificaron antes de que aprendieran a pedir perdón. Para mi otra vida le pediré al mundo que sea más justo conmigo. César Antonio

Llenos de nada

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Son niños que más abajo del escuálido pecho tienen un globo hambriento. Sus miradas no dan lástima... Tienen odio, como los ojos del fiero león que desespera por presa. Los niños mueren mirando sus huesos, raspando morteros. ¡Dos,cuatro,seis! arañanado un solo plato sin alma, sin sentido. Los niños están muriendo, los veo por aquel documental... mientras me como una hamburguesa.

Nínive o El enojo de Jonás

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         Dicen que no es bueno dejar que el sol se ponga sobre nuestro enojo, o que el que se deja llevar fácilmente por la ira no es sabio.  ¿Por qué? ¿Será acaso porque el odio nos hace asesinos, dementes, atrevidos? El odio se ha puesto sobre mí como una prenda pesada que me llega hasta el cuello y me asfixia y se ciñe también en mi pecho.          Además estoy ciego. No me diga nada usted, que no lo trataré con cordura ni gentileza, ¿no ve quizá el monstruo que se apoderó de mí y que siempre fui yo en el recodo de mis venas ora azules? Venga y verá lo generoso que soy con el genocidio, sí, venga para acabar con usted y con toda su familia. No me hable de amor  ni de amistad.          Porque todos los hombres en un solo día se burlarojn de mí, ahora yo en un solo día destruiré la tierra. César Antonio.

Llave en una sucia zapatilla

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He llegado a casa somnoliento y fatigado. La hubiese encontrado silente, a no ser por un pericotillo hurgando entre los trastos sucios. Bryan no ha estado en casa... La luz estaba apagada y las cortinas cerradas. Dejó la llave escondida en una sucia zapatilla vieja como habíamos quedado porque no hay duplicado. Hoy tampoco ha comido... Todo su alimento ha sido algo de canchita dulce y una taza de cocoa. Me pregunto dónde ha de estar ahora. Tal vez está trabajando como cobrador en las combis piratas que transitan de Ciudad a Pamplona a medianoche; quizá está con las malas juntas. Donde sea que esté, que se cuide. Es un buen muchacho con mala suerte y que además se mete en cosas de poco provecho. Escucho unos pasos que se arrastran por sobre las piedras del camino. Ya viene. Es él. César Antonio.

Eco de setiembre

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Desperté con el cariño puesto en el corazón. Y un poco lo puse en las mejillas de mi madre; otro poco en la risa de Pierre; en el saludo de Nicole; y en las frazadas de Bryan, el dormilón. Salí de casa; la calle ostentaba su vestido de primavera. César Antonio

Moscas en verano

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Dedicado a San Valentín.  Mala leche que no se me ocurrió uno de amor. Mi vida está llena de perros que ladran feroces; moscas en verano; escaleras larguísimas para subir los cerros; grillos que ornan con su canto la noche en su esplendor; cuadernos atestados de irreparables poemas e inacabables cuentos; libros, bibliotecas y catálogos; una guitarra enamorada y rota que jamás voy a parchar. Entre todo, quisiera decir que mi vida también está llena de ausencias; Pero lo mejor,                       es que también está llena de mi corazón. César Antonio

Vana ascendencia

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Nacer Crecer Ir hacia arriba Lo más alto Doblarse Mirar la tierra Enterrarnos César Antonio