El sino de María

Aquellos sujetos jamás sabrían del exquisito placer que reside en la entrega limpia de los cuerpos. Lo de ellos era una chulada, un vulgar apetito de sexo que llenarían en cualquier orificio de María. Ella, alcoholizada y estúpidamente alegre, dejaba que la tocaran a sus anchas dentro de una ruinosa combi desaseada. Uno decía: ¡Hoy metemos pistola, Charlie! Y el otro: ¡Sí, y la metemos rico! Mientras tanto María parecía una loca, movía los hombros y la cintura al ritmo de una canción descarada. Vestía una percudida blusa negra de tirantes que se le caían de los hombros y un short cortito que dejaba ver sus anchas piernas. Los pies los tenía sucios y se había recogido descuidadamente el cabello con un carmín.

En el barrio mucho se habla de María. ¡Vaya a ver cuántos indecentes sobrenombres ya le pusieron las vecinitas! Pero pocos saben que su tío había abusado de ella a los seis años y que no acabó el colegio porque su madre decía: Y ésta, ¿para qué va a estudiar? Es mujer, que lave platos y trusas, es su vida. Su madre era más machista que un hombre y más noctámbula también. Se la pasaba en polladas hasta las últimas consecuencias. Además de María tenía dos hijos más que eran pequeños; no obstante conocían la calle mucho mejor que un adulto. Esto que cuento no puede ser exagerado, así es la vida de muchas penosas almas, así lo ves en las noticias y así lo dicen por montón las estadísticas. La pregunta es: ¿quién rescataría a María? Ahora se divierten con ella. Mañana, al despertar, nuevamente sentirá que tiene el espíritu de una perra callejera dentro de un cuerpo de mujer. María tiene dieciséis años, pero un día seguramente conocerá a otra mujer que tenga su edad, una mujer bonita, vestida pulcramente y muy fina, con estudios superiores y que tiene un agitado trabajo, una gran casa y un robusto marido. Esa mujer le dirá a María: ¡Mari! ¡Qué pasó con el piso! ¡Es una porquería! ¡La comida también es una porquería!... ¡Para qué te pago, ah! ¡Para qué te pago!

César Antonio

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