El hijo de Chapana


Había permanecido abstraído toda la tarde, sin comentar nada, pareciendo insensible a la muerte de su padre, don Chapana. Salió como a las siete de la noche y volvió a las dos de la mañana borracho, desaliñado como un pobre desgraciado. En el velorio no estaban más que su esposa y los hermanos del finado. Arrastrando los pies Gustavo se acercó al ataúd, lo abrazó efusivamente y pegó gritos llenos de dolor: “¡Despierta Chapanita! ¡Despierta conchesumare! ¡Despierta!”.

Gustavo no fue el hijo que Chapana soñó, más bien lo contrario; pero Chapana lo quiso a pesar de su mal camino. Basta recordar el día en que Chapana movió cielo y tierra para sacar a Gustavo de la cárcel, cuando todos deseaban que pague ahí sus vilezas. Gustavo había sido apresado por robo. Era un día de borrachera con Chemo. Andaban por la calle cuando una señorita lucía al aire libre un celular de pantalla táctil. A éstos se les antojó el aparatito, así que fueron y le quitaron el celular más un bolso que llevaba, pero la mujer era aguerrida y no se dejaba. Entonces Gustavo, brutal, le metió una patada en la cara a la víctima dejándola acampanada y deshecha. Chemo tomó el bolso, Gustavo el celular, y embalaron en direcciones contrarias. La gente que alcanzó a ver la fechoría llamó a la policía. De pronto Gustavo se vio perseguido por la “tombería”. Corrió cuanto pudo, muy torpemente por la borrachera. Su camino terminó en una calle enrejada, trepó los fierros desesperadamente, pero lo tomaron de la pierna y lo lanzaron al suelo “Y allí me dejaron monstruo a palos y a patadas, sobrino”.

En la cárcel aprendió un oficio interesante: zapatería. Se volvió un mago con el calzado. Tenía talento para las tachuelas, el cuero y las suelas. Salió de la cárcel muy avergonzado con su padre. Chapana lo perdonó y le prometió un tallercito para que se dedicara a su oficio, pero la cirrosis le ganó a Chapana, y lo mató, como a todo buen alcohólico.

César Antonio

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