Minificciones # 3: Lucía
Lucía se despierta
de lunes a viernes a las cuatro de la mañana para ir a trabajar. Ingresa a las
siete en punto. Cuando toma el bus aún es de madrugada. Su jornada dura hasta
las cinco de la tarde. A esa hora se despide de todos y se va volando al
diplomado. Las clases acaban a las nueve de la noche, se dirige al paradero,
espera el bus, viaja de pie porque no hay asientos libres y cruza así media
ciudad para volver a casa. Llega sumamente cansada, abre la puerta, entra, arrastra
sus últimos pasos hasta la sala, tira las llaves y la cartera sobre la mesa de
centro y se deja caer sobre el sofá. No tiene ganas ni de pensar en las ovejitas
de los sueños. Mi Lucía, dulce y desfallecida. No luce como lucía en la mañana,
pero sigue siendo Lucía. Dejo lo que estaba haciendo, me acerco a ella para
llevarla a la habitación. La recuesto sobre la cama, le saco las ballerinas y las pantimedias, traigo
agua tibia para sus pies, la desvisto, le pongo ropa de dormir como quien
cambia a una niña. Cuando está lista, le coloco las almohadas, prendo el
televisor y voy por su cena. Cuando vuelvo, ya se quedó dormida. La despierto y
me dice entre sueños que no quiere, que está muy cansada.
—Pero debes comer— insisto.
—No… —balbucea— Comer de noche engorda, me voy a volver un oso.
La pobre no puede
ni levantar una ceja. Entonces la dejo dormir, le doy un beso en la frente y
apago la luz y el televisor. Me acuesto a su lado, enciendo mi lámpara y
escribo unos versos para ella en mi diario. Mi Lucía, dulce y desfallecida. No
luce como lucía en la mañana, pero sigue siendo Lucía…
César Antonio Chumbiauca
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