Manuel

          Las 22 horas. Noche infernal: luces de neón, paradisiacos tragamonedas, el cine Susy y sus películas pornográficas, desmontes de basura debajo del puente, chifas, peluquerías y discotecas, vendedores con la merca sobre plásticos azules o negros, tendidos en el piso; churros con manjar revolcados en azúcar blanca y fritos en aceite Castrol, venta de películas, series y comedias escabrosas, hombres de rostro surrealista: caras de piel grumosa y chuzos, piercing en la nariz, minúsculos aretes. Voces roncas. Bermudas. Desproporcionadas poleras con capucha. Señoritas que visten sin gusto: la panza al aire, la espalda descubierta. Sodoma ¿Sodoma? Ciudad de Dios.

       Arrastro el alma, cruzo la avenida por debajo del puente, esquivo a las peluqueras que insisten en hacerle un corte a mi alborotado y oscuro cabello. Le compro un cigarrillo a una desamparada abuela. Fumo. Sigo caminando. A la entrada de un burdel un hombre anuncia: ¡A sol la barra! Pago e ingreso. Fluorescentes de tenue luz roja iluminan el antro. La función aún no empieza, mientras tanto una mujer de cortas prendas, choclona, nada seductora, se sienta a mi lado. ¿Has venido solo, amigo?, me pregunta. Sí, le respondo, y le doy la última chupada a mi cigarrillo. ¿Qué bonitos lentes? ¿Estudias? ¿Qué estudias? Periodismo, le contesto. Has venido a distraerte, me dice sobando con una de sus manos mi pierna derecha. Agrega con voz provocativa: ¿Vamos al cuarto? Ahora no, le digo, primero veré la función, es muy temprano. Se va. El antro sigue llenándose de mañosos y enfermos. Las trabajadoras están reunidas, conversan, carcajean, pero no se las escucha debido a la estridente música salsa. Minutos después la música cambia por otra que es calentona. Se apaga la luz roja y se encienden la bola roja de colores y las cortadoras. Aparece en el escenario la primera bailarina. Es poco atractiva. Luce una serie de piruetas alrededor del tubo y se contorsiona con mucha flexibilidad, después se quita el paño superior y por último, para cerrar su actuación, el inferior. Los mañosos celebran con lujuriosas frases. Es el turno de otra bailarina, y luego de otra y otra más hasta que sube a la plataforma una mujer más atractiva que sus antecesoras. Y maldita sea… Se parece a Raquel: ondulado y largo cabello, piel morena, grácil figura, aunque la que tengo en frente es más alta.

        Raquel, si aún estuvieras conmigo jamás hubiera arrastrado mis zapatos hasta este nauseabundo lugar. Yo te amaba, pero te fuiste, me abandonaste, pasaste por mí como una ráfaga, como un destello fugaz. Cuando me conociste yo era un muchacho inseguro de mí mismo, algo inmaduro y demasiado pesimista, que afrontaba la vida quejumbrosamente y atado a un pasado sórdido e imborrable. Con todas esas imperfecciones me moldeaste en algo mejor, empezando por mostrarme tu forma de ser. Tú eras risa, bondad, compañía, oído, consejos, apoyo, desprendimiento de tiempo en son de la amistad, un gran ejemplo para mí. Me enseñaste a confiar en mí, a dejar de comportarme como un niño frente a los problemas y a encararlos con actitud de hombre. Lograste que echara tierra al pasado para levantar sobre él un mundo forjado de nuevos bríos y mirada emprendedora. Me cambiaste, incluso de manera de vestir, de peinado. Yo no era el chico de tus sueños, pero me convertiste en él, al punto que no olvido el día en que por vez primera nos besamos bajo el claro de una noche fresca lejos de la ciudad, solos, hasta que nos desnudamos y exploramos todos los espacios de nuestra piel estremecida por el contacto de dos almas alegres y temblorosas. Pero ahora que estás muerta lo comprendo todo. Sabías que no te quedaba mucho tiempo de vida, así que querías hacer un acto para ganarte el Cielo, y viéndome a mí, pobre y solitario, cambiaste mi existencia. Sin embargo, hoy, que jamás podré escuchar tu voz de amiga entrañable, de nada han servido los cambios que lograste en mí. Solo me diste una felicidad que dependía de ti. Y ahora te odio. Te odio porque me siento más solo que antes de tu aparición, y todo lo veo horrible, las calles, la gente, los estudios. He vuelto al pesimismo y nada afronto como hombre, o quizá sí, por eso estoy aquí, viendo a los ojos a esa mujer que baila para todos esos imbéciles que no dejan de mirarle los pechos, las posaderas y no cesan de buscarle el sexo.

       Esa mujer que se parece a ti, Raquel, se ha percatado de mis ojos, ha bajado de la barra y se acerca hacia mí. Me muestra su espalda, se sienta en mi regazo, retoza, coge mis manos y las estruja en sus piernas… ¡No! ¡Raquel! ¡No! ¡Te amo! No quiero quedarme aquí, ni afuera. Quiero estar durmiendo sobre tu pecho como aquellas tardes después de las clases. ¡Raquel, qué hago sin ti!

        Y Manuel se levantó empujando suavemente a la bailarina, salió del antro y cubriéndose el rostro con una mano caminó por las calles sucias de Ciudad de Dios (¿de qué dios?). Al parecer estuvo llorando amargamente. Sin embargo, han pasado los años, Manuel es un hombre exitoso y correcto, respetado por muchos y además un buen padre ¿Con quién se casó? Aunque no lo crean, pues con la mujer que conoció en el burdel, la cual también se llama Raquel. Esas cosas solo pasan en ficciones, ¿no? En fin, lo que importa es que Manuel hizo lo mismo que la primera Raquel a la que amó: cambiarle la vida a un ser de penosa existencia.


César Antonio

Comentarios

MoiZés AZÄÑA ha dicho que…
La ciudad de Dios, obra de San Agustín que estoy leyendo estos días. Por otro lado, de hecho, la ficción es inferior a la vida, por eso imagino que los textos la envidiarán. Sin embargo, en el Perú, como en el Cielo, lo imposible es posible.

AZAÑA ORTEGA
Anónimo ha dicho que…
La misma chola, pero con otra pollera.

H.
Cesar Antonio Chumbiauca ha dicho que…
Moisés
En el Perú todo es posibles, solo quédate sin dinero y ganarás creatividad.

H (Quizá Henry)
La misma chola, pero sin pollera.

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