Banca

A mi abuelo Hildebrando Torres Suazo, aunque él hubiese preferido una historia de vaqueros, a lo Gran Chaparral o como en Bonanza. Además le dedico el video titulado El Piano que podrán ver al final de la lectura, solo le hacen click.
El espejo presentaba a un hombre viejo que, a pesar de los años requeridos para ser sabio, aún conservaba una cenicienta cabellera. Peinose levantando el endeble y lento brazo, cerciorose del cuello de su camisa y notó su espalda encorvada… La vejez parece una reverencia a la vida, y la soledad en ese estadio ya es eterna. Hace veinte años que el cielo había recogido a su querida esposa, y hace veinte años que había dejado de ser tan feliz.
Vivía en el número tres de la vieja quinta del portón marrón de madera carcomida por el tiempo. Vivía solo y salía por las mañanas rumbo al parque Butters para leer con frescura el periódico. Tenía su banca favorita, y los que conocían al viejo sabían que sentarse en esa banca era como profanar un lugar santo, que casi era propiedad del viejo. Hace mucho tiempo, en esa misma banca, la única mujer a quien amó en el mundo, después de seis dolorosos rechazos por fin le dijo que sí, que también lo quería… ¡Cuánta juventud sintió aquella vez! ¡Fue un momento inolvidable!
En ese mismo parque, años después, jugaba su pequeño muchacho, saltando por aquí, corriendo por allá, ¿te tropezaste? Mira ese raspón, te compro una manzana dulce si dejas de chillar, vamos a casa que tu madre tiene manos de santa. Ahora su pequeño muchacho era un gran hombre, derecho y muy educado, porque desde la infancia hasta los últimos años de la adolescencia mamá me enseñó a ser un hombre, no un machito ni un cobarde, sino un hombre, con valores y coraje para afrontar la vida, quizá sabiendo que ella se iría pronto, y un gran reto que afrontar sería su partida.
Inmensos árboles que dieron sombra sobre la banca del viejo acompañaron los años de su vida. Eran testigos de su dicha y de su posterior soledad. Lo esperaban día tras día, mañana tras mañana, muy pocas veces había faltado, incluso cuando trabajaba por las mañanas. Compraba un periódico en la esquina y en un puesto más allá un pan con queso; y se iba a su banca, ojeaba el periódico mientras comía su pan y de los más tranquilo se dirigía al trabajo, a un par de cuadras del parque. Pero cuando el último otoño comenzó, el viejo ya no venía, su banca permanecía desolada, los árboles presentían algo triste y caían sus hojas cual si fuesen lágrimas, como si tuvieran sentimientos al igual que los demás seres vivos. En la vieja quinta del portón marrón de madera carcomida por el tiempo, el viejo había vuelto a ver a su amada esposa, y nadie los había visto a ellos.
Vivía en el número tres de la vieja quinta del portón marrón de madera carcomida por el tiempo. Vivía solo y salía por las mañanas rumbo al parque Butters para leer con frescura el periódico. Tenía su banca favorita, y los que conocían al viejo sabían que sentarse en esa banca era como profanar un lugar santo, que casi era propiedad del viejo. Hace mucho tiempo, en esa misma banca, la única mujer a quien amó en el mundo, después de seis dolorosos rechazos por fin le dijo que sí, que también lo quería… ¡Cuánta juventud sintió aquella vez! ¡Fue un momento inolvidable!
En ese mismo parque, años después, jugaba su pequeño muchacho, saltando por aquí, corriendo por allá, ¿te tropezaste? Mira ese raspón, te compro una manzana dulce si dejas de chillar, vamos a casa que tu madre tiene manos de santa. Ahora su pequeño muchacho era un gran hombre, derecho y muy educado, porque desde la infancia hasta los últimos años de la adolescencia mamá me enseñó a ser un hombre, no un machito ni un cobarde, sino un hombre, con valores y coraje para afrontar la vida, quizá sabiendo que ella se iría pronto, y un gran reto que afrontar sería su partida.
Inmensos árboles que dieron sombra sobre la banca del viejo acompañaron los años de su vida. Eran testigos de su dicha y de su posterior soledad. Lo esperaban día tras día, mañana tras mañana, muy pocas veces había faltado, incluso cuando trabajaba por las mañanas. Compraba un periódico en la esquina y en un puesto más allá un pan con queso; y se iba a su banca, ojeaba el periódico mientras comía su pan y de los más tranquilo se dirigía al trabajo, a un par de cuadras del parque. Pero cuando el último otoño comenzó, el viejo ya no venía, su banca permanecía desolada, los árboles presentían algo triste y caían sus hojas cual si fuesen lágrimas, como si tuvieran sentimientos al igual que los demás seres vivos. En la vieja quinta del portón marrón de madera carcomida por el tiempo, el viejo había vuelto a ver a su amada esposa, y nadie los había visto a ellos.
EL PIANO
Comentarios
AZAÑA ORTEGA
Célebre relato: Ojos cansados.
El eXcrito me lo recordó... tus eXcritos siempre me recuerdan...
Saludos.
Veré el video y te lo comentaré en tu blog. Y apropósito, gracias por las consideraciones a mis escritos.
Saludos y un abrazo
Ciertos lugares se vuelven especiales cuando arrancan un pedazo de nuestra alma y la perennizan.
Gracias por la visita.
tu prima: malory