Hace frío. El Otoño desviste a señores y damas que tienen tronco de leña; el cielo ha vuelto ha deprimirse; el mar exhala un vaho que hiela las manos, las mejillas… Los fantasmas recorren las calles sin ser cautelosos; tropiezan, se disculpan, y siguen su trayecto. Ellos aman este clima tétrico. Buscan un lúgubre castillo; pero, tontos, aquí no hay castillos, ni casas habitadas por arañas empolvadas y huéspedes sin más cuerpo que únicamente huesos. Yo los veo a través de la neblina, los veo aunque no soy un fantasma. Curiosamente, ellos no me ven a mí. Voy tras ellos, sigiloso, hasta estar cerca. Una vez llegado, silbo, tarareo, canto fúnebremente; los espectros me escuchan, se estremecen, se sacuden (porque no pueden temblar), se atormentan con los sonidos que emito; con mi voz de corista sórdido, y jamás querido por oído alguno sobre la faz de la Tierra. Despavoridos, los tontos fantasmas vuelan raudamente, refugiándose dentro del madero de un árbol, o sumergiéndose en el asfalto. Yo...
Lucía se despierta de lunes a viernes a las cuatro de la mañana para ir a trabajar. Ingresa a las siete en punto. Cuando toma el bus aún es de madrugada. Su jornada dura hasta las cinco de la tarde. A esa hora se despide de todos y se va volando al diplomado. Las clases acaban a las nueve de la noche, se dirige al paradero, espera el bus, viaja de pie porque no hay asientos libres y cruza así media ciudad para volver a casa. Llega sumamente cansada, abre la puerta, entra, arrastra sus últimos pasos hasta la sala, tira las llaves y la cartera sobre la mesa de centro y se deja caer sobre el sofá. No tiene ganas ni de pensar en las ovejitas de los sueños. Mi Lucía, dulce y desfallecida. No luce como lucía en la mañana, pero sigue siendo Lucía. Dejo lo que estaba haciendo, me acerco a ella para llevarla a la habitación. La recuesto sobre la cama, le saco las ballerinas y las pantimedias, traigo agua tibia para sus pies, la desvisto, le pongo ropa de dormir como quien cambia a una niña. ...
Una de las cualidades que seducen a las chicas es que su hombre sepa cocinar. Un hombre exquisito con los aromas de las hierbas y las frutas, un conocedor de los distintos tipos de verduras y tubérculos, alguien que sabe medir virtuosamente el punto exacto de los condimentos y cocciones. Además, si este cocinero es apuesto y encima cocina desnudo, sin más prenda que un mandil, pues con ese definitivamente se casan, porque que un hombre cocine significa para una mujer una muestra de amor, cariño, sutileza y hasta de cero machismo. A mí no me sirve mucho estar enterado de esto. Cocinar no es mi sex appeal … Muy tarde mi madre ha concluido que me hizo daño al no dejarme entrar jamás en ese laboratorio de sazones que es la cocina. Se tomó muy a pecho eso de que un hijo debe dedicarse a estudiar y creyó que yo estudiaba todo el tiempo cuando en realidad me pasé de vago leyendo novelas. Mis tres hermanos que no tuvieron tanto gusto por la literatura sí terminaron cultivando cada quien s...
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