Filiberto
Filiberto no ha sido el novio más ejemplar del mundo. Tampoco
es que existan novios ejemplares. Él hace lo que puede. Sin embargo, como le
pasa a la mayoría de hombres comprometidos, su pareja jamás está satisfecha. La
susodicha, cuyo carácter y capacidad de argumentación son como de un fiscal, le
ha hecho creer que es un mal tipo. No es cierto del todo. Cuando una novia está
molesta es muy fácil que se olvide de aquellos detalles que un hombre ha hecho,
incluso en detrimento de su imagen pública, ya sea que posteó en Facebook un
piquito retocado con un corazón o le dedicó una empalagosa balada de rocola en
un bar. Por desgracia, Filiberto es un espíritu noble. Por desgracia, está
sinceramente enamorado.
Así que hoy se le ha ocurrido una idea heroica. La va a
esperar fuera de su instituto. ¿Qué tiene de fantástico eso? Fácil. Filiberto,
vendedor de agendas con frases motivadoras, estuvo andando todo el día entre
mercados, restaurantes y galerías: sus pies están hechos trizas; además, su
novia sale a las nueve de la noche y él ha llegado a las siete. Para colmo,
llueve como nunca y no hay donde guarecerse.
Pero la va a esperar porque últimamente su novia está mal de
salud. Dice que tiene dolores en la columna, que no puede caminar muy seguido,
que se sienta de un modo y de otro en la silla, y el dolorcito no se va, así
que todo eso le apena muchísimo porque por causa de dicho malestar no se han
podido ver los domingos recientes. Filiberto, no obstante, se ha mostrado
preocupado, pero jamás ha mencionado las palabras doctor ni hospital. Lo
que pasa es que la comisión que se saca por vender agendas no es mucha. Él no
tiene plata para llevar a su novia a un chequeo. Ella le ha dicho que no irá
jamás al seguro ni a la posta porque allí los doctores son unos amargados, que
se busque alguna clínica, si no cara, al menos un policlínico decente. Como
Filiberto no puede pagarse ni para él mismo una curación de muelas, qué va a
tener para una clínica. Su novia, por esto, lo ha acusado de conformista, le ha
dicho que el problema no está en que él no pueda pagar una clínica, sino que el
asunto radica en que es un mediocre. ¿Qué espera acaso para buscarse otro
empleo y estudiar algo, o es que ella no le importa, no va a cambiar ni por
amor, ni por su salud? ¡Qué hombre tan desconsiderado! Filiberto, por supuesto,
se siente mal con esos reclamos. Renunciar a su trabajo de vendedor de agendas
estaría bien. Lo que no, es cómo y dónde consigue otro empleo, con diecinueve años
de edad, sin más certificado que la secundaria completa, sin experiencia. Todos
los otros empleos son casi lo mismo que vender agendas. Hay para personal de
limpieza, cobrador de combi y otras tantas agencias que para pasar un examen de
contratación le exigen la plata que le falta. ¿A quién le salió de eticosa la noviecita? Ella, por suerte,
tiene un hermano mayor que es maestro albañil quien le paga los estudios. Ese
mismo hermano le ha advertido que no la quiere ver con noviecitos. Así que
Filiberto la ve a escondidas. Antes también la iba a buscar a su instituto
cuando terminaba de vender sus agendas, lo malo es que ella salía muy tarde.
Este día lo volvió a hacer aunque llovía a chorros. Había
caminado un montón. Sus arrugados zapatos negros estaban salpicados de barro y
sobre su cabeza brillaba la lluvia. Y qué terrible estar todo el
tiempo con ese terno bolsudo que le daba apariencia de viejo. Pero Filiberto
quería que su novia lo viera allí fuera del instituto, cagado de cansancio y
mojado, pero allí por amor, para acompañarla hasta cierto tramo de su casa, a
ver si la compañía le aliviaba del dolor de espalda. Con ese acto sabía bien
que se ganaría el cielo. A las nueve de la noche empezaron a salir los alumnos.
Filiberto se dio el permiso de apreciar a las otras muchachas que salían con
sus uniformes de secretarias, terramozas o chef. Pasaron diez, quince, veinte,
veinticinco minutos y su novia no salía. A Filiberto le hubiese encantado
llamarla, sin embargo carecía de móvil. Cuando ya se cumplía media hora de la
salida, se acercó a una esquina, empapado y arrastrando los pies, y descolgó el
auricular de un teléfono público. La máquina se tragó su moneda sin concretar
la llamada. Golpeó a ver si al sacudirlo le devolvía su dinero. Nada. Resignado
usó el teléfono siguiente. Esta vez sí timbró. Su novia dijo aló. Entonces la
vio salir con el celular pegado al oído. Pero no era lo único que iba pegado a
ella. Un muchacho la abrazaba por detrás y le hacía cosquillas en el cuello. La
novia de Filiberto no parecía tener dolor de espalda.
César Antonio Chumbiauca
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