Malaventura
Lo he visto, en la noche, caminar por las veredas fuera de la Facultad con su terno negro, la chalina tirada hacia la espalda, y una mano llevando el maletín, la otra metida en el bolsillo derecho del pantalón. Iba sereno como si el frío blanco de julio no le atravesase, iba solo… siempre va solo. Ya casi cincuenta años y no ha sabido jamás de alguna dama a quien componerle algún soneto; tampoco sabe qué es abrazar a un niño que sea su niño. Creo que eso casi no le importa. Fue desde su juventud muy dedicado a la vida académica, fue comprometiéndose en investigaciones tras investigaciones, dado enteramente al estudio… Hubiera alcanzado el reconocimiento si no hubiese sido porque en algún momento cayó en la deshonestidad intelectual apropiándose de ideas que no eran suyas. Todo por culpa de las malas amistades, pero al final de cuentas, todo es su propia culpa. Ahora es un profesor lapidado por sus mismos colegas, a pesar que él ya se alejó de las malas amistades. Aún dicta sus clases y aún quiere renovar y cambiar los paradigmas de nuestra formación universitaria, pero ya ni nosotros logramos sentirnos motivados por sus palabras, quizá en un gesto de desconfianza. ¡No hay justicia para los injustos! Ya hemos tirado la centésima piedra. Solo, manchado y frustrado intelectualmente, de seguro ha de preguntarse él si su vida aún tiene algún valor.
César Antonio
Comentarios
besos
Saludos y un abrazo.
Me queda el sentimiento (ahora hablo por lo que has colgado) que escribes sobre un posible futuro, claro el tuyo, aunque puede ser de todos.
AZAÑA ORTEGA