La balada onírica
La música sacude cada espiga de la piel, penetra como un fantasma en un castillo de huesos, llega hasta la nebulosa imaginaria y emerges tú, en cuadros empotrados en las paredes que evocan sueños. En mi mundo artificial aparecemos los dos. Estás sentada frente a mí, sobre una banqueta, con una pierna sobre la otra, en una actitud casi sensual, luciendo tus pies blancos y pequeños, refinados. Vistes, elegantemente, la seda de un rojo pasión encajado a tu cuerpo de agua y tendido bajo los hilos de tu pelo suelto. Veo tu faz que no ha recurrido —que jamás recurre— a lápices de boca ni a polvos de camerino para dar el fulgor de tus claras y límpidas facciones. Hermosa, ángel: ojos preciosos de los que no preciso el color porque nunca me sostuve en ellos, quizá por timidez, no sé... Nariz de prados y serranías verdes, andina, incaica; labios rosados que en uno de sus polos guarece a un minúsculo punto negro.
Y me creo amo y señor de melodías y acordes. Modulo una voz trémula, suave y algo triste, sin ser triste, como una balada. Rasguño con pasión las cuerdas de una guitarra, dicto frases que retumban en las paredes del corazón. Luego la música baila por sí sola. Me acerco lentamente hacia ti, estiro mi mano para solicitar la tuya... Me la concedes, la beso, y te pones de pie. Tu derecha a mi hombro, la mía a tu cintura. Improvisamos un vals bajo una noche de nubes desnuda. El pecho de la luna reverbera sobre nuestros pasos, oímos el frenético correr de la sangre en nuestras venas, el acelerado y torpe movimiento de nuestros corazones. Temblamos, sonreímos, guardamos silencio. Cierras los ojos; yo adivino: debo besarte. Siento en mis labios el aire que exhalas; en mi respiración, tu aroma de dama sutil. Estamos cerquita, se precipitan nuestros sentidos, una lonja de espacio nos separan... ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Como si tus vestidos hubieran caído!
Pero la música se detiene. Despierto. Nuevamente soñando cursis situaciones. Me levanto, voy hacia la mesa y me pongo a escribir: La música sacude cada espiga de la piel, penetra como un fantasma en un castillo de huesos…
Y me creo amo y señor de melodías y acordes. Modulo una voz trémula, suave y algo triste, sin ser triste, como una balada. Rasguño con pasión las cuerdas de una guitarra, dicto frases que retumban en las paredes del corazón. Luego la música baila por sí sola. Me acerco lentamente hacia ti, estiro mi mano para solicitar la tuya... Me la concedes, la beso, y te pones de pie. Tu derecha a mi hombro, la mía a tu cintura. Improvisamos un vals bajo una noche de nubes desnuda. El pecho de la luna reverbera sobre nuestros pasos, oímos el frenético correr de la sangre en nuestras venas, el acelerado y torpe movimiento de nuestros corazones. Temblamos, sonreímos, guardamos silencio. Cierras los ojos; yo adivino: debo besarte. Siento en mis labios el aire que exhalas; en mi respiración, tu aroma de dama sutil. Estamos cerquita, se precipitan nuestros sentidos, una lonja de espacio nos separan... ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Como si tus vestidos hubieran caído!
Pero la música se detiene. Despierto. Nuevamente soñando cursis situaciones. Me levanto, voy hacia la mesa y me pongo a escribir: La música sacude cada espiga de la piel, penetra como un fantasma en un castillo de huesos…
César Antonio
Comentarios
«...se mueve suave y habla despacito
su sonrisa me obliga a correr
mientras ella colorea mis pasos cada vez
con su sombra me ensea un baile
y unos versos sobre gatos de bronce
con su voz se me olvida hasta el nombre otra vez...»
«...Ayer soñe q respirabas en mi pecho
ayer soñe q dibujabas en mi orrilla la razon
una canción, para mi...»
Abrazos.
AZAÑA ORTEGA, con ayuda de Google.
y entonces los dormidos ya han sido fastidiados de su siesta.
Y le respondo: no hay terapia para no enamorarse. Yo le recomendaría que disfrute ese sentimiento, sin intentar nada, sin acercarse siquiera, sin decir nada... es ese sentimiento de impotencia, de deseo insoportable, de herida abierta, el que se llama Amor.
Es bueno estar enamorado.