Pastilla

Prendí la radio. En un espacio abierto al público un hombre criticaba a los decadentistas: “Ellos acusan la corrupción de las autoridades políticas; pero si la corrupción, señor, se encuentra en todas partes… El Perú está jodido porque el individualismo es lo que aquí impera”. Al salir de mi casa una vecina le dijo a la otra: “Hija, han aparecido ladrones y fumones en el paradero de la P-1”. La otra le contestó: “Debe ser por la venta de droga que ha empezado a correr en nuestra zona”.

Vivo en un pueblo joven en el que apenas en diez años han proliferado los asaltos, precisamente afuera del billar y el Internet, frente al paradero de la línea P-1. Sí, en diez años. No hay postes de luz, pero ya hay cabinas de Internet. No hay losas deportivas, pero ya hay un lugar para jugar el taco ¿Y acaso eso es malo? Lo que sucede es que el billar y el Internet le pertenecen a Pastilla, un hombre sin escrúpulos que vende polvo a los mismos muchachos que asaltan desvergonzadamente en la zona. Sabe Dios si Pastilla conocía al papá de los Chifleritos. Este último había comprado dos terrenos y levantó casas de concreto de hasta dos pisos cuando gran parte de la población aún vivía entre esteras, y todo eso enviando a vender chifle a sus ocho hijos. Más tarde se supo que vendía droga y terminó en la cárcel, no sé cómo, pero terminó allí.

Mi gran choque con la realidad comenzó cuando los fumones le despojaron a mi madrecita de todo el dinero que había acumulado en una Junta. La amenazaron con un cuchillo una noche cuando bajaba del carro de la P-1 al volver de la Junta. Cuando se apareció en la casa se desplomó sobre el sofá y lloró porque ese dinerito aliviaría varias de sus deudas. Había trabajado duro limpiando una casa en San Isidro, encerando, sacándole la mugre a persianas que detestaba limpiar. Y ahora no tenía nada.

Entonces quise encontrar a los malhechores; pero nada. Enfurecido hasta la rabia, cansado de oír tantas fechorías, decidí terminar con toda la cochinada desde sus raíces: acusaría a Pastilla.

Así que acudí a la Comisaría, me entrevisté con el mayor de los oficiales y le expuso el caso: “Pastilla es un bribón que le vende droga a los jóvenes de la zona. Mi hermano dice que lo hace en el segundo piso de su casa, en el Internet. Por favor, agárrenlo... Nuestra zona se está corrompiendo".

—Sus datos, joven —me dijo el Oficial.
—No; quiero que mi declaración quede en el anonimato.
—Denegado. No podemos proceder si alguien no se responsabiliza de la acusación.

Me puse frío. Podía meterme en problemas; pero si nadie en la zona se arriesgaba jamás se acabaría con la delincuencia. Entonces ofrecí mis datos implorando la más alta reserva.

Me obligaron a quedarme en la estación policial. Horas más tarde venía apresado Pastilla. Se había encontrado debajo de su cama kilos de pasta básica de cocaína, entre otras drogas. El Comisario, traicionándome, dio parte de la acusación e indicó a Pastilla que yo había denunciado sus ilícitos actos. Los ojos de Pastilla me estudiaron como fotografiándome, como recordando en dónde antes me había visto. Luego pronunció ásperamente: “Mierda, ¿qué te hecho para que me jodas de esta manera? Te cagaste, huevón. Te cagaste”. Acumuló flema y esputó sobre mí. Encendí mi cólera, le iba a dar una patada en los huevos, mas el Jefe exigió orden y mandó a que me sacaran del edificio, que ya no tenía nada que hacer ahí.

Una semana después, la venganza. Volvíamos mi madre, mi hermano y yo a la casa después de haber visitado a una tía. Espantosa y violenta fue nuestra sorpresa cuando encontramos a los vecinos limpiando los escombros de nuestra casa… ¡carbonizada!
Los vecinos nos dijeron que oyeron una explosión dentro de la casa. Al salir la encontraron incendiándose. Al parecer había estallado el balón de gas, aunque también hallaron indicios de kerosén por diversos sitios. Nada se había salvado del nada accidental infierno. Mi madre había quedado pasmada por largo tiempo. Cuando volvió en sí me miró con ojos rojos.

—Tú tienes la culpa —exclamó dirigiéndose a mí—. ¡Tú, sólo tú! ¿Quién te mandó a meter preso al dueño del Internet? Él tomó represalias. Él hizo esto.
— ¿Cómo puedes decir eso, mamá? —repliqué—. Necesitamos comprobarlo.
—No; no lo necesitamos —dijo mi hermano—. Anoche me encontré con gente que conoce a Pastilla. Me contaron que la Policía había soltado a Pastilla después de haber recibido buena coima. Además fregaría al osado que lo acusó.
— ¿Lo soltaron? ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Esto no se va a quedar así, no! Voy a llegar a la tele y a la radio y los haré perseguir, fregaré a la Policía…

Una mano sacudió mi rostro con la fuerza de un viento impetuoso. Era una bofetada de mi madre.

— ¡Cállate! —Me increpó— No hagas nada. Ya nos jodieron y no quiero exponerme a más desgracias. Resígnate. Ladrones y autoridades: la misma cochinada. Ahora dedíquense a levantar todo esto. Por justicieros en un mundo injusto esto es lo que nos ganamos.

Miré a mi madre. Ella era parte del montón.




César Antonio

Comentarios

MoiZés AZÄÑA ha dicho que…
Jaja... Parte del montón.

Reapareciste, por fin, estabas en silencio al igual que Epidemor. Y reapareciste con sorpresa pues pensaba que traías bajo las mangas algún poema, mas no, trajiste a Pastilla. Chévere la narración. Nos vemos en San Marcos.
Nadies ha dicho que…
Esto es directo a la cara de todos esos...

Me gustó el post, me gustó el cuento.

El protagonista tiene huevos.

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